El domingo 10 de noviembre tuvimos nuestro encuentro de familia, un encuentro marcado por la alegría, la fraternidad, la presencia del Maestro. Ah, y comida, mucha comida.
A las 11 de la mañana, en medio de cálidos abrazos y besos de bienvenida nos saludamos como hermanos, la sonrisa marcada en nuestros rostros fruto del gozo de encontrarnos reunidos de nuevo como familia misionera nos preparaba para el fraternal encuentro.
Después del saludo, pasamos a compartir la sagrada Eucaristía, en donde como hermanos y a los pies del maestro escuchamos su palabra y deleitados en ella no solo la escuchamos también pudimos compartir desde nuestro corazón todo aquello que el Espíritu iba poniendo en el como fuego que no se apaga; palabras que salían con gozo, el gozo de corazones que ardian por estar y sentirse en la presencia del Señor.
El cálido paseo juntos a la orilla de la playa nos recordó las maravillas del Padre creadas para nosotros, maravillas que nos han seducido al punto de escuchar su llamado a caminar en comunidad.
Podríamos afirmar que en la hora de la comida ocurrió una verdadera multiplicación de la comida, pero mas que comida hubo multiplicación de generosidad y amor por parte de todos, que con delicadeza y la finura de un corazón bondadoso compartimos las recetas preparadas en casa para los hermanos, o aquello que quizá compramos en el mercado deseando llevar a la mesa del compartir un alimento del que todos pudieran saciarse.
Los juegos y dinámicas también hicieron parte de nuestro día, en el que al finalizar nos despedíamos unos de otros con gran alegría, pero sobre todo con el gozo de haber compartido como hermanos junto al aquel que nos ha ama y nos ha seducido con su amor.
Isabel.
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